24 horas con un año más encima y en esta resaca de cumpleaños puedo decir que ya me han salido unas cuantas canas más y algunas arruguitas alrededor de los ojos si me río, pero si pongo cara de ajo, la piel la tengo más tersa que una tabla de planchar.
Pero no es cuestión de estar todo el día seria, así que me he gastado una pasta en potingues a ver si me dejan la cara como el culo de un bebé.
Mientras las cremas hacen efecto yo me sigo riendo cuando me apetece, me he cortado el pelo de manera clandestina y aún sigo esperando a que abran los centros de estética para adecentar uñas y cejas, porque Dios no quiso darme arte en las manos para las manualidades.
Aparte de esto, estrenar años no tiene mucha diferencia. Acabé mis vacaciones, vuelvo a trabajar desde casa, retomo el ejercicio día sí, día no, sigo con los paseos por el parque y escribiendo planes e historias en cada una de mis libretas. Fíjate si estoy haciendo planes que yo que soy anti navidad ahora la espero como agua de mayo.
Por lo demás, salvo esta resaca de cumpleaños, todo sigue igual. Sin ser un año de crisis existencial (aún estoy a medio camino de los famosos 40) ni de toma de decisiones trascendentales (esas creo que las tomé cuando dejé España como un lugar para recargar energías) puedo afirmar que los 35 son los nuevos 25.
Una edad perfecta para reafirmar el camino elegido, o para reinventarse o para mandar todo a la mierda y admitir que se está más perdido que hace unos años. Porque la edad perfecta es la que tienes ahora mismo. Solo tienes que mirar a tu alrededor y te darás cuenta que tienes mucho por lo que sentirte agradecido.
Por eso, gracias a todos los que ayer os acordasteis de mí; me da igual si fue un chivatazo de Facebook o una alarma en tu calendario, o si no te dio la vida ayer y te has molestado en felicitarme hoy. Soy afortunada por teneros a todos.
Millones de gracias. Nos vemos pronto (o eso rezo todos los días a los santos habidos y por haber)