Los relatos pertenecen al verano. Por su extensión, por su diversidad y por esa capacidad de adentrarnos en historias diferentes que se desvanecen tan rápido como las estrellas fugaces. Por eso, en el último artículo antes de las vacaciones, os traigo una selección de relatos para el verano propuesta por Carlos Sala.
La historia no tiene por qué desarrollarse en la época estival, lo que vincula al relato con el verano es la libertad, la excitación, el éxtasis feliz que relaciona al verano con imaginación y fogosidad.
Los libros de relatos siempre deberían reservarse para el verano (Por eso si aún no lo has leído es el momento perfecto para leer Apericuentos) porque nos adentran en otros mundos que invitan a soñar con aventuras y palmeras en movimiento. Relatos para el verano como estos:
“El sueño de verano de un caballero”, de O. Henry, la historia de un hombre que ha de sacrificar sus idílicas vacaciones para quedarse a trabajar en el insoportable calor de Nueva York. ¿Qué hará él? Pues soñar despierto en aquel verano perfecto en que conoció a la mujer de su vida.
La gran historia estival de Chejov es “En la villa veraniega”, en el que un hombre recibe la carta de una admiradora secreta y tendrá que decidir qué hacer, si continuar la conversación por carta, si verse en persona, porque, ¿quién puede ser?
Otro genio del relato corto, Ambrose Bierce, publicó a principios del siglo XX “Una noche de verano”. En él nos presenta a Henry Amstrong, un hombre al que acaban de enterrar vivo. Apático, enfermo, sin resistencia, no ve motivos para luchar y espera resignado su suerte. Sin embargo, poco después aparecen dos estudiantes de medicina y un sepulturero, que suelen robar cadáveres en ese cementerio para su estudio en la universidad. Por supuesto, desenterrarán a Henry sólo para averiguar que… La sorpresa final radica en que, cuando abandonamos nuestros veranos, el destino ya no tiene vuelta atrás.
También está “Kew gardens”, de Virginia Woolfe, ejemplo de su escritura de vanguardias en que recoge los pensamientos perdidos de varias personas mientras pasean por el jardín del título. Un marido recuerda a la mujer que nunca llegó a pedir en matrimonio hace quince años; la mujer pensará en el beso de una anciana cuando era una niña; y un anciano, con evidentes signos de demencia, nos hablará de los espíritus y las noches mágicas de Uruguay. Estamos en julio, hace mucha calor, y los personajes se van perdiendo en unos recuerdos que los separan poco a poco de cualquier certeza, de cualquier realidad.
Otra que utiliza los contrastes para hablarnos del verano es Katheline Mansfield en “La fiesta en el jardín”. La protagonista es Laura, una chica sensible que está ayudando a su familia a montar la mejor fiesta veraniega que se pueda imaginar. Cuando la celebración empieza, les avisan de que el vecino, un pobre hombre de clase trabajadora, acaba de morir. Sólo Laura estará dispuesta, por respeto, a cancelar la fiesta, así que el convite continuará, sólo que obligarán a Laura a llevar una cesta de comida a la casa de al lado para mostrar sus respetos. Cuando vea el cadáver velado por su familia y gire la cabeza y vez su casa iluminada y llena de alegría se le abrirán toda una serie de emociones que la marcarán para siempre.
Y luego está “Un día perfecto para el pez banana”, de J. D. Salinger, otra historia feliz, sin duda. Su reconstrucción de la depresión en un resort estival de Florida en la que es la primera aparición, y la mejor, de la familia Glass en la ficción, es abrumadora. Todo el mundo respira muy hondo después de leerla. El verano, otra vez, como el final de nuestro descontento.
¿Conoces algunos de estos relatos para el verano? ¿Me recomiendas alguno?
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