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Relato por el día de la croqueta

Es cierto que iba a descansar del blog por un tiempo, pero hoy que es el día mundial de las croquetas no he podido resistirme y publicar este relato por el día de la croqueta que pertenece a la colección de historias que forman Apericuentos 2.

Relato por el día de la croqueta: Locura en Fallas

El vino alegra el ojo, limpia el vientre y sana el diente.

El día de la Mascletá, Silvia tuvo una revelación que le cambiaría la vida: podía ser quien ella quisiera. Y con esa certeza se fue al Mercado a comerse unas croquetas al Central Bar.

Los periódicos de esa mañana habían despertado a la ciudad con titulares de lo más variopintos, pero solo unos cuantos lectores depararon en ellos, porque el resto nada más que pensaba en el evento de aquel día.

«Salta de un décimo piso y desaparece»

«5 concejales del Ayuntamiento de Valencia fallecidos en extrañas circunstancias»

«La perrera municipal amanece vacía»

Mientras ella pedía al camarero media de croquetas, el hombre que estaba en la barra junto a ella le comentaba a otro de los camareros la locura de los titulares.

—Lo que faltaba es que la ciudad se llenara de perros el día que nuestro mundo arde y los cohetes toman Valencia. ¿Dónde los habrán metido?

—A lo mejor, se los han llevado a todos al matadero y han simulado un robo —suponía el camarero.

—O quizás a quién han matado es a los concejales.

—Tú y tus muertos, Damián. Que te gusta un asesinato. No se sabe aún de qué han fallecido.

—A mí no, será al asesino. Yo solo leo los periódicos.

—Las noticias aún no han anunciado a ningún asesinado.

—Pero el Tuiter ese sí, mira. — Movió con agitación su móvil para enseñarle al camarero la pantalla, donde se podían leer comentarios sobre el caso de los concejales.

Silvia pensó que las redes sociales nos habían jodido la vida con las fachadas de mentira y la inmediatez sin contrastar. No se sorprendió de que aquel señor, que podía ser su padre, estuviera tan al día de las nuevas tecnologías. Los titulares se iban actualizando en Twitter con tanta velocidad que parecía que una banda del crimen organizado se había adueñado de la ciudad en plenas Fallas.

Y mientras los dos se ponían a mirar el móvil, ella se comía tranquilamente sus croquetas a la vez que recordaba sus últimas veinticuatro horas.

El día se había llenado de nubes negras y al levantar las persianas automáticas ella pensó que no quería salir de la cama. Estaba melancólica y con ganas de escuchar al Cigala, tampoco ayudaba que en dos horas tuviera cita con su médico; pero como en su interior vivía una niña buena y disciplinada de colegio de monjas, salió de la cama a cumplir con sus obligaciones.

Siempre había sido una hipocondríaca, pero llevaba tiempo trabajando en el tema, gracias a unos cursillos que había encontrado por Internet; por eso había salido de casa pensando que solo iba a recoger unos resultados rutinarios. ¿Pero a quién quería engañar? ¡Seguro que eran malas noticias! Y en medio de aquella batalla mental entró en la consulta y esperó a que el enfermero la llamara.

Eran los mismos de siempre, pero a ella le parecía que estaban más serviciales que de costumbre y también los veía un poco más pálidos, aunque con este tiempo del diablo aún nadie había podido pisar la playa. Cuando entró, la doctora le dio los buenos días y fue directa al grano, porque sabía que su paciente odiaba los rodeos y la ponían nerviosa.

—Me temo que tengo malas noticias, Silvia. Los resultados no son lo que esperábamos —dijo con un semblante serio pero que a la vez trataba de transmitir empatía.

—Lo sabía. ¿De cuánto tiempo estamos hablando? —contestó Silvia con tanta calma que pilló por sorpresa a la doctora, a pesar de conocerla tan bien.

—Una semana —dijo tras unos segundos que a las dos le parecieron horas.

Después vino una retahíla de explicaciones e instrucciones que nublaron la cabeza de Silvia y que acabaron con una nueva cita para la semana siguiente, a la que nunca acudiría.

Mientras caminaba sin rumbo, Silvia pensaba en todas las películas y novelas con una escena similar a la que acababa de vivir y llegó a la conclusión de que ninguna versión tenía un final satisfactorio.

Pensó en huir, pero su padre siempre decía que correr era de cobardes y tampoco tenía claro a dónde iría. Además, le dolía tanto la cabeza que en ese momento solo quería volver a casa y meterse en la cama de donde no debería haber salido.

Toda la ciudad se preparaba para el gran día y el olor a pólvora inundaba Valencia. Estaba siendo un año complicado, el clima amenazaba con una tormenta histórica, los escándalos políticos empañaban las fiestas y los animalistas habían tomado la ciudad en defensa de los perros que odiaban las tracas. Demasiado ruido para el enorme dolor de cabeza de Silvia.

En medio de tanto bullicio, alguien se las había arreglado para: liberar en menos de veinticuatro horas a todos los animales de la perrera municipal sin ser visto, salvar la vida de una mujer que vivía en un décimo piso, y que iba a ser asesinada por su marido, y envenenar a cinco concejales en un pleno extraordinario, mientras la sesión lidiaba con una amenaza de bomba.

Las noticias hablaban de un grupo de delincuentes contratados, pero las descripciones que darían más tarde los supervivientes y la víctima del casi homicidio coincidirán en una mujer encapuchada. Lo extraño será que la personalidad descrita por ellos es tan diferente, que los expertos afirmarán que no puede tratarse de la misma mujer.

Cuando Silvia se terminó las croquetas, pidió la cuenta y fue a dar un paseo por la Catedral. El dolor de cabeza era más intenso pero intermitente, y ahora le empezaba a doler el cuerpo, como si unas agujetas infinitas le golpearan cada músculo.

Mientras se mezclaba con el bullicio de locales y turistas, sabía que debía tomar una decisión. Una semana le había dado la doctora y lo único que tenía claro es que no quería contárselo a nadie, solo desaparecer del mapa, justo ahora que se sentía tan viva y con ganas de tomarse la justicia por su cuenta.

Decidió quedarse a ver la Mascletá y dejarse llevar por las llamas que devorarían todo en unas horas.

La carta que hay en su casa sin abrir, donde le comunican de manera oficial que tiene que ingresar dentro de una semana en un psiquiátrico, debido a su esquizofrenia paranoica, puede esperar.

¿Qué te ha parecido este relato por el día de la croqueta?

 

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