El relato Perdida surge dentro de un reto literario donde la historia tenía que girar entorno al concepto de la pérdida, ya fuera en sentido figurado o no.
Relato Perdida
¿Cuántas veces tendré que repetirme que tengo que hacer caso a mi instinto? Si mi cuerpo no quiere levantarse de la cama será por algún motivo de peso, pero algo tan nimio como encontrar un trabajo para poder comer y pagar las facturas es suficiente empujón como para abandonar la cama.
Quizás sea pánico escénico ante la enésima entrevista laboral o que es demasiado temprano, pero para empezar ya he perdido el apetito.
No sé cómo lo hago pero aun saltándome el desayuno siempre voy con el tiempo pegado al culo, así que me toca vestirme en cinco minutos y dejar el maquillaje para el metro o esperar a que mi querido entrevistador o entrevistadora valore el estilo “mona sin maquillar” Bolso. Llaves. Móvil. Arreando que es gerundio.
Después de luchar contra la raza subhumana para que no me respiren en el cogote mientras esperamos al próximo tren, uno de mis tacones se queda enganchado en una rejilla y ¿crees que alguien se va a acercar a ayudarme? ¡Pues claro que no! Esta gente aprovecha la situación para colarse y subirse en el metro antes de que pueda solucionar mi problema y por su insolidaridad he perdido el tren que necesitaba coger.
Como es lógico ya no llego a la entrevista a tiempo ni de coña, lo que va a costarme como mínimo crear una mala impresión. Seguro que allí arriba alguien se ha levantado con ganas de cachondeo y ha decidido que hoy el cenizo tenía que caerme a mí. Como si lo estuviera viendo con estos ojos de oso panda desmaquillados.
Echando hasta mi primera papilla he llegado veinte minutos tarde y amablemente me han señalado la puerta de salida. Al perder mi turno, he perdido también mi oportunidad de brillar en una entrevista para un trabajo que detesto y que me hubiera hecho inmensamente infeliz, pero hubiera eliminado los números rojos de mi cuenta bancaria.
Despeinada, con un tacón roto y con diez euros en mi bolso no sé si ponerme a llorar o volver a casa de donde no debería haber salido hoy. Al final me compro un helado Magnum rosa oro y me siento sola en un banco del parque, al estilo Forrest Gump.
No sé si he perdido el norte o las esperanzas de mi vida, pero al menos el helado está rico. Ya me preocuparé de encontrar un nuevo rumbo mañana. Las decisiones siempre es mejor tomarlas con el estómago lleno de azúcar.
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