El relato Helado de limón y chocolate lo escribí para practicar alguna técnica literaria que ya ni recuerdo; pero leyendo vuestras sugerencias, uno de los cambios que voy a empezar a hacer es incluir más ficciones de las que escribo a veces en la sección de Mis historias, que para eso es un blog de relatos.
Relato: Helado de limón y chocolate
Rechazó el ofrecimiento mediante un gesto, sacó de su bolso de Barbie las monedas y pagó su cucurucho de limón y chocolate antes de volver con su padre quien la estaba esperando fuera de la heladería con una sonrisa de orgullo en su mirada.
A mí aún me quedaban cinco personas por delante para poder comprar mi helado y una que es de soñar despierta, sobre todo en las esperas, ya me estaba montando mi película sobre ese padre soltero (ni pajolera idea si lo estaba o no, para eso era mi cuento) que le había enseñado a su hija desde pequeña a ser independiente y declinar con educación los ofrecimientos de los extraños, aunque fueran del heladero del barrio. Y solo con esa fantasía ya me pareció la cola menos tediosa.
Después me fije en la mujer que tenía delante, porque esto de respetar los dos metros de distancia entre personas hacen las colas más largas, la bauticé doña Paca y se me ocurrió que perfectamente podía ser una viuda que bajaba todas las tardes a por su helado como la excusa perfecta para coquetear con el señor heladero que calculo que debía de ser de su misma quinta. No le faltaba un perejil a doña Paca, si hasta llevaba una de esas mascarillas personalizadas con los labios pintados a punto de dar un beso (nada sutil que es la viuda con la permanente más escandalosa que había visto en mi vida)
Pensando en el culebrón de estos dos me pilló el turno por sorpresa, tanto que casi se me había olvidado de que quería mi helado. La realidad me dio un tortazo cuando el amante de doña Paca me dijo que la niña había terminado con las bolas de chocolate y limón, y me tuve que conformar con una triste tarrina de cereza. Estaba maldiciendo interiormente al angelito roba helados y pensando a la vez en que quizás sería buena idea ligarme al heladero para evitar que un drama así vuelva a pasarme cuando me tropecé con el padre soltero y su hija.
Como si saliera de mi cuerpo y pudiera ver lo que pasó en una escena a cámara lenta, vi como una de las bolas derretidas del cucurucho de la pequeña se caía en mi pantalón, la niña tropezaba y caía al suelo partiéndose una paleta y el padre en un torpe intento por coger a la niña del suelo y ofrecerme una servilleta al mismo tiempo (¿por qué pensó que podría hacer las dos cosas a la vez?) me tocaba el mismísimo, al caer el papel arrugado en la cabeza de la niña.
Y a mí no se me ocurrió otra cosa que empezar a reírme como una hiena. Lo siento, no pude evitarlo, las caídas torpes me devuelven a la edad del pavo donde te da la risa histérica por cualquier absurdo motivo. Todos tenemos taras de juventud.
Ante lo surrealista de la escena, el padre feminista recogió el diente del suelo, cogió a su hija en brazos y se me quedó mirando fijamente, respetando eso sí de nuevo la distancia reglamentaria. Creía que se quitaría la mascarilla para soltarme una retahíla de insultos, pero para mi sorpresa se la quitó para disculparse e invitarme a otro helado.
Le dije que no. La sangre de la mella infantil me daba grima y total, ya no quedaban helados de limón y chocolate.