El relato de humor, Los chismes del bloque, forma parte de las cuarenta historias cortas que conforman Apericuentos 2: Tapeando historias.
El relato es un homenaje a esos bloques de vecinos antiguos donde todo el mundo se acaba enterando de todo. ¿Te suena de algo?
Un relato de humor inspirado en las relaciones tan especiales entre nietas y abuelas.
Relato de humor: Los chismes del bloque
Mi abuela solo consentía salir de casa si era para llevarla a comer ropa vieja en el Te lo dijo Pérez o con el fin de echarse las cartas. El resto, incluso la partida al bingo con sus amigas, tenía que ser en su casa , hasta el doctor prefería ir a visitarla a su domicilio antes que intentar convencerla de lo bueno que es caminar por el paseo marítimo para la circulación de sus piernas.
Mi abuelo, que en paz descanse, me contaba muchas anécdotas de cuando los dos eran jóvenes y recorrieron medio mundo. Incluso yo la recuerdo saltando conmigo a la comba en el parque de las Rehoyas y montándose en los columpios hasta tocar el cielo, mientras yo la veía embobada y sentada en la tierra porque siempre he sido muy asustona. Vamos, que era un culo inquieto, hasta que mi abuelo se fue al otro mundo y ella decidió que ya había visto demasiado en esta vida y que lo que le quedaba lo pasaría acomodada en su butaca de terciopelo morado.
Cuando el abuelo se murió, todos los nietos éramos lo suficientemente grandes para saber lo que era la muerte y entender que la abuela estaba pasando por una fase de depresión. Nos turnábamos para que no durmiera sola, le trajimos comida porque ella siempre había odiado cocinar, pero ninguno consiguió sacarla de su casa después del día del entierro, era como si hubiera decidido meterse en su propia tumba hasta que le tocara su turno.
Pero lo curioso es que ella no parecía triste, simplemente no quería salir de su casa y como vio que todo el mundo iba a verla decidió convertirse en la protagonista de su propio drama.
Empezó a aficionarse a los culebrones, cuando toda la vida había renegado de ellos. Y en el momento que inauguraron el canal de televisión que emitía telenovelas 24 horas al día, comenzó a convertirse casi en una adicción, pero ella creía que lo tenía todo bajo control.
Por las mañanas se levantaba muy temprano, se preparaba el café y se lo tomaba con sus dos magdalenas gordas mientras veía los capí- tulos que había grabado el día anterior. Sobre las diez siempre llegaba yo con una rueda de churros para el segundo café del día, porque ella decía que el té y las pastas eran asuntos de los ingleses que inundaban la isla, y ahí me ponía al día de todos los chismes del bloque.
Al principio no le echaba mucha cuenta a la abuela y me distraía con el móvil, pero un día que se me olvidó el cargador en casa y me quedé sin batería, entonces, empecé a prestarle atención.
Aquellas historias parecían sacadas de las mismas novelas que veía mi abuela por la tele: que si el vecino del quinto se acuesta con la del segundo; que si la del tercero solo trae chicas a su casa; que si la policía se llevó arrestado al del primero por tener la mano muy larga…
Aquello era un no parar y se alargaba hasta la hora del almuerzo, con algo de comida que preparaba yo antes de irme a trabajar; menos los viernes, que siempre íbamos al bar a comer ropa vieja.
Cuando me iba, la dejaba de nuevo con sus culebrones, hasta la hora de la cena, que llegaba mi madre o alguna de sus hermanas para asegurarse que todo estaba en orden.
Así la abuela se fue acostumbrando a ser la reina de la familia y aunque pasaron los meses desde que el abuelo falleció, no perdonaba si alguno no íbamos a escuchar sus historias.
Los fines de semana eran sus amigas las que iban a su casa para las partidas de bingo. Y los domingos, después de la misa de las diez que veía por la tele, salía a que la vidente Teresa le echara las cartas ¿Para qué querría saber ella su futuro si decía que no le importaba nada en esta vida? ¿Sería para saber sobre el abuelo? ¿O para averiguar si le tocarían los cupones?
De repente ya no quería que nadie se quedara por las noches con ella, solo visitas por la tarde y sus churros de la mañana, pero de las horas nocturnas no quería ni hablar.
En esta nueva rutina, un día entre churro y churro, me atreví a preguntarle.
—Abuela, ¿tú para qué vas a ver a la Tere? —esperando a que me aclarara el asunto como si no quiere la cosa.
—Niña, eso es algo entre la Tere y yo. Y cómete ese churro que se enfrían y luego no valen un duro. —Y así zanjó el asunto, sin darme pie a réplica.
La curiosidad me estaba matando, así que decidí coger cita en la tienda de adivinación y preguntarle a Teresa por las visitas de mi abuela.
Al principio se acogió al secreto de confidencialidad entre cliente y bruja, pero no hay nada que el dinero no pueda comprar. Tras dejarme la paga extra en aquella sala rodeada de amuletos de todo tipo, me lo confesó.
La abuela estaba aprendiendo a ser médium para comunicarse sin ayuda de nadie con el abuelo, porque al parecer tenía algo muy importante que decirle y no quería intermediarios. Llevaba meses, haciéndonos creer que se echaba las cartas y lo que pretendía era hablar con el abuelo. Pero, ¿por qué? ¿Qué tenía que decirle? Teresa también me dijo que ya estaba preparada, así que no le extrañaba si ya hubiera intentado establecer algún tipo de contacto con el más allá.
Dos semanas más tarde, lo averigüé. Después de insistirle hasta el aburrimiento me quedé en su casa a dormir. Supongo que por despiste, esa noche a la abuela se le olvidó cerrar la puerta de su habitación del todo, y creyendo que dormía, me asomé.
Había montado en su habitación una especie de altar mágico y cada madrugada intentaba hablar con su marido hasta que lo consiguió. El mismo fantasma del abuelo o espíritu o lo que fuera se apareció esa noche delante de ella y parecía tan real que creía que estaba soñando. La abuela se encontraba como en una especie de trance, un poco alterada y hablándole a aquel ente: «Manolo, yo creo que ya te he guardado el luto de sobra. Te juro que mi intención era quedarme en casa como me hiciste prometerte para que no me pasara nada malo, pero ¿quién me iba a decir a mí, a mi edad que iba a conocer a un hombre como el de las novelas turcas y que se iba a enamorar de mí? Más trabas no le he podido poner, al igual que hacen las muchachas de la tele, y aun así las ha superado todas. Así que, lo siento, pero a partir de mañana vuelvo a la calle a vivir de verdad lo que me quede de vida. Ya cuando 30 nos muramos los dos decidimos si montamos un trío de esos modernos o me toca elegir entre los dos».
El abuelo parecía bastante cabreado, pero como hacía cuando es- taba vivo se quedó callado y desapareció, al parecer esta vez para siempre.
Y así fue como me enteré de que la del sexto (mi abuela) acababa de empezar un lío con el vecino nuevo del noveno.
FIN
¿Qué te ha parecido este relato de humor? ¿Tienes recuerdos así de divertidos con tus abuelos? ¿Te gustan más el relato de humor o el dramático? Deja tu respuesta en comentarios.