Vamos calentando motores para San valentín con este relato de amor de Apericuentos 2, «La fan de Bisbal» ¿Eres más de leer un relato de amor o eres más de dramas?
Relato de amor: La fan de Bisbal
Siempre pensé que sería la soltera del grupo, hasta que el amor me encontró en mi trigésimo concierto de Bisbal. Y digo me encontró, porque si ya de por sí soy más miope que un topo, cuando hablamos de Bisbal solo tengo ojos para esos ex rizos de oro.
Mi madre dice que esta obsesión ya no es normal con 35 años, que cuando era adolescente tenía un pase, pero que mi habitación siga llena de pósteres de su primer disco y de muñecos de vudú con todas sus exparejas (menos Chenoa porque con ella yo lo hubiera compartido) le preocupa y mucho. Tanto que no cesa de comerme la cabeza para que vaya a ver a un profesional (vamos a un loquero).
La última vez que me lo mencionó fue el día del concierto. Como sabe que me pongo tan nerviosa cuando voy a ver a Bisbal, que tiro todo lo que se me pone por delante, me convenció para salir un rato y darle un respiro a la familia. Les dejó el almuerzo preparado a mi padre y mis hermanos y nosotras nos fuimos a Casa Puga a comernos unos chipirones. Es lo único en el mundo que me relaja, más que una dosis gigante de tila.
Mientras degustaba aquellos chipirones que sabían a gloria, mi madre volvió con la cantinela del psicólogo, y si no era bastante con oír su voz aguda martillearme el oído, esta vez se le unió Doña Mercedes, quién se apalancó con nosotras para reforzar la tesis de mi madre.
—Angelita, esta obsesión tuya no es normal. Así no vas a encontrar a un muchacho en tu vida.
—Tú hazle caso a tu madre, ¿no quieres casarte, formar una familia y darle nietos?
—¿Y para qué quiero yo casarme, si no existe otro como David Bisbal?
Las dos me miraron con cara de resignación y me dejaron terminar mis chipirones, mientras ellas se ponían al día de las últimas noticias del clan Pantoja. Estaban tan metidas en su conversación que ni se dieron cuenta de que me había ido del bar.
No tenía ganas de seguir escuchándolas y además debía volver a casa para arreglarme e irme al concierto. Menos mal que este año con el pase Mega Extra VIP no tenía que pasar la noche haciendo cola, porque aunque siempre se conoce a gente maja, una ya tiene cierta edad y los fans cada vez son más jóvenes y me hacen sentir un dinosaurio.
Cuando llegué a casa, todos dormían la siesta en el salón con la tele y el ventilador encendidos. Estábamos en una ola de calor, y aunque a menudo iba a los conciertos en vaqueros, esta vez me estaba replanteando el outfit y optar por un vestido. Siempre he sido de tapar jamones y enseñar canalillo, por si alguna vez Bisbal me mira pues que tenga buenas vistas, así que al final opté por un vestido largo de gasa con un escotazo. Tenía el presentimiento que este concierto iba a ser el definitivo, aunque mi mejor amigo Félix siempre dice que para mí todos los conciertos son el definitivo. La definición de concierto definitivo es la siguiente: Bisbal anuncia que va a cantar la versión de Lucía y comiéndome con los ojos me pide que suba al escenario bajo la envidiosa mirada de todas. Yo acepto, después de negar con la cabeza primero haciéndome la tímida, y cuando comienza a cantar le lanzo un amarre para que se enamore perdidamente de mí. El hechizo funciona al instante y Bisbal termina el concierto antes de tiempo porque desea hacerme el amor salvajemente en su camerino. Y sí, yo creo que esto es lo que va a pasar en cada concierto, pero al final Bisbal siempre tiene pareja y nunca tenemos ese contacto visual que necesito para que se encienda la chispa.
Pero este concierto iba a ser diferente, lo presentía. Sería luna llena y el ascendente coincidía con su signo del zodiaco, así que los planetas se alineaban a mi favor. Además, iba a ser la primera vez que iba a ir sola, porque Félix estaba de vacaciones con su nuevo amante australiano y no había podido convencer al resto para que me acompañara. Tampoco importaba mucho porque todos dicen que una vez que Bisbal empieza a cantar entro en trance y ya no vuelvo en mí hasta pasadas varias horas.
Así que solita me fui para el Recinto Ferial con mi nuevo vestido de ASOS esperando que Bisbal por fin se diera cuenta que ninguna le iba a dar lo que yo podía ofrecerle: AMOR INCONDICIONAL DE FAN.
Hacía tanto calor que ir en bikini se me antojaba una mejor opción que el vestido que empezaba a pegarse a mi piel sudorosa.
Iba equipada con agua y caramelos en mi bolso, porque las lipotimias y yo somos amigas inseparables; pero entre los nervios y el calor, el agua no me duró ni 10 minutos.
El recinto estaba a reventar, no cabía ni un alfiler, sobre todo a pie de pista y había tanta histérica suelta que varios de seguridad tuvieron que colocarse delante de la valla para poner orden. Las esquinas del escenario también estaban protegidas por más guardias, todos con cara de ajo y maldiciendo internamente el tener que trabajar en fin de semana poniendo firmes a unas niñatas. El único que aparentaba disfrutar de la situación era un guardia que cubría la esquina izquierda y que curiosamente se parecía mucho al Bisbal original de rizos dorados. Mientras esperaba al verdadero, me puse a observar a ese cuerpo que se adivinaba debajo del uniforme: culo prieto, músculos trabajados, pero no en exceso, y era el único que sonreía cuando empezaron a sonar los primeros acordes. Ya no sé si los sofocos eran por los nervios de la espera, el calor o esa anatomía tan similar a la del cantante almeriense.
Cuando comenzó a sonar Ave María y la copia dio un doble giro bisbaliano, se me empezó a nublar la vista justo cuando caí al suelo como un saco de papas.
No recuerdo casi nada de lo que vino después, solo flashes de canciones y manos pegajosas que me llevaban en volandas como una estrella de rock para sacarme de aquella ratonera. También recuerdo a los chipirones queriendo salir por mi boca mientras volaba y a mi precioso vestido rasgándose como las vestiduras de Jesús.
Según la portada de La Voz de Almería del día siguiente, fui la verdadera estrella de la noche. Lo que sí recuerdo levemente es el agua mojándome los labios y unas manos acariciándome el pelo mientras susurraban: Lucía, Lucía. Mi cabeza en lo primero que pensó fue en el amarre, pero cuando mis ojos fueron capaces de enfocar de nuevo, sin la ayuda de mis gafas, pude ver al Bisbal falso sonriéndome mientras aseguraba a sus compañeros que lo tenía todo bajo control.
Aquella noche, Bisbal dio su concierto como si nada y siguió sin saber de mi existencia (hasta que leyó los titulares del día siguiente), pero el guardia, que resultó llamarse David, me acompañó a casa esa noche y bailamos en su coche unas cuantas bulerías. Al día siguiente volvió a traerme el bolso que había perdido en el concierto y cuando vi esos rizos de nuevo supe que no me importaría quedarme con la imitación; al parecer él tampoco veía mal estar con una fan incondicional. A lo mejor cuando me desperté y nuestros ojos conectaron, le eché sin querer el amarre a él pensando que era Bisbal quien me había sacado de mi inconsciencia.
Al final, al verdadero le debo haber encontrado el amor y haberme ahorrado una pasta en psicólogos, ya que ahora somos dos los que estamos loquitos por Bisbal.
FIN
¿Qué te ha parecido este relato de amor? ¿Tú también eres fan incondicional de algún artista como la protagonista? Puedes leer relatos como este relato de amor en el libro Apericuentos 2.