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Prólogo de Apericuentos 3: cócteles literarios

Reme es la protagonista de este libro y quiere contarnos ella misma el prólogo de Apericuentos 3.

Elige tu cóctel favorito y ponte cómodo.

Prólogo de Apericuentos 3

Las burbujas siempre me han hecho cosquillas en la garganta y los bigotes de espuma de cerveza aún me hacen reír como si fuera una niña de cinco años. El vino ha sido un recuerdo permanente en mi familia, y aunque no lo probé hasta el mismo día de mi boda, me ha acompañado en todos los momentos clave de mi vida. En casa, no existían Navidades sin cava, verano sin tinto, ni recogida en el campo sin un botijo de agua bien fresquita. Tampoco tertulias sin vermú.

En mi hogar, los días no comenzaban hasta que olía a café recién hecho. Mi bisabuela Carmen se hizo famosa en el pueblo por las pastas que preparaba, siempre acompañadas de té. La idea se la dio una amiga de ella que vino a visitarla desde Inglaterra y que le regaló la receta secreta de su familia. Mi bisabuelo Juande, sin embargo, cogió la fama por el vino dulce que fabricaba en el sótano de su bar. «El mejor de todo el país», decía siempre hinchando su pecho con orgullo.

Mi abuelo Manuel un día llegó a Cuba en un barco y se enamoró de los brebajes que preparaban allí. También lo hizo de una mulata y cuando volvieron a España, ella preparaba ropa vieja y él bebidas exóticas que sabían a ron.

El bar de mi bisabuelo siguió evolucionando con el tiempo, porque mi tío Juan se fue a vivir a México y cuando regresó solo quería beber chupitos de tequila para olvidar.

En mi familia, los hombres innovaban con la cocina líquida y las mujeres en los fogones. Hasta que mi abuela murió y mi abuelo se empeñó en volver a las raíces y servir solo platos de cuchara, tapas de la tierra y los vinos que seguían fermentando en el sótano de nuestro bar.

Y desde esa perspectiva tradicional tomé las riendas de lo que fue el bar más antiguo del país hace ya tantos años que ni lo recuerdo. Mi marido prefirió quedarse en la retaguardia haciendo malabares con los números que no siempre salían bien y yo desde que tengo uso de razón lidié con ollas de berzas y tagarninas, chatos de vino y copitas de anís que ponían remedio a todos los males. Supongo que de ahí viene mi nombre: Remedios, o la Reme para los amigos.

¿Quién me iba a decir que este bar, el Quitapenas, acabaría sufriendo una transformación más drástica que la calabaza de la Cenicienta?

Cuando la rutina te absorbe durante toda tu vida, jamás te planteas que existen otros caminos. Como mezclar gotitas de líquidos diferentes para crear una bebida a la que puedes bautizar como si fueras el cura del pueblo. ¿No parece cosa de brujería?

En fin, que si no me cortan, me embalo y sigo con mi carrete. Pasa y ponte cómodo. Aquí tienes la carta. Dime, ¿cuál es tu bebida favorita? Espero que disfrutes de estas historias bañadas de mareas de alcohol, risas y alguna que otra lágrima.

Espero que con este sorbito te hayan entrado ganas de seguir conociendo las historias de Apericuentos 3.

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