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Cuento de Navidad: Galletas de jengibre

Un año más me despido del blog con este cuento de navidad: galletas de jengibre. Espero que os guste y ¡Feliz Navidad a todos!

Cuento de Navidad: Las galletas de jengibre

Lleva años pidiéndole lo mismo a los Reyes Magos: galletas de jengibre.

El primer año, cuando se despertó el primero de la casa y vio en medio de la oscuridad la bandeja encima de la mesa llena de galletas, creyó que eran las suyas, pero cuando se acercó vio que tenían una forma diferente y pensó que era su culpa por no haberlas descrito mejor. Tenía solo siete años y pensaba que los Reyes serían más listos.

Jugó con todo lo que no había pedido sin olvidarse por un segundo de la próxima carta que iba a escribirle a sus Majestades.

Tenía solo siete años y pensaba que los Reyes serían más listos.

Al año siguiente, describió con detalles el diseño de las galletas, en forma de muñeco con su bufanda a rayas y sus botones de colores, pero en esta ocasión, cuando el niño se levantó la mañana de Reyes, a los muñecos les faltaban dos botones. Se había olvidado de contar eso en su carta.

Una año más, volvió a jugar sin ganas con el resto de los nuevos juguetes, buscando una solución a su siguiente misiva.

Al tercer año se esforzó en dibujar lo mejor que pudo las galletas con sus rotuladores favoritos, así no habría duda sobre las que él quería. Estuvo meses perfeccionando su dibujo, porque su padre siempre decía que a veces a la tercera va la vencida. Tuvo que preguntarle qué significaba y cuando se lo explicó, esperó con ilusión a que ese año las galletas llegarían por fin a su casa.

Esa mañana de Reyes, las galletas eran idénticas a las que él había dibujado, sin embargo cuando les dio un bocado la decepción se adueñó del rostro del niño.

—¿Qué les pasa a las galletas, cielo? —le preguntó su madre desesperada por el nuevo fracaso que se avecinaba.

—No son las que les había pedido a los Reyes—contestó con un nudo en la garganta.

—Si son iguales al dibujo que me enseñaste. Mira—le dijo la madre cogiendo una galleta y moviéndola como si tuviera vida.

—Pero no saben igual—dijo el niño resignado dejando la galleta en su sitio.

Ya eran tres años que el niño no conseguía lo que quería. Era lo único que pedía en su carta y sus padres no podían convencerle de lo contrario.

El niño se encerró en su habitación y empezó a escribir otra carta para el año siguiente:

Queridos, Reyes Magos: 

Ya más bueno no puedo ser. Hago todos los deberes y no me peleo con nadie en la escuela, ni tampoco con mi hermana. Saco buenas notas y presto mis juguetes en el recreo. ¿Por qué no me traéis mis galletas?

A lo mejor es que con el dibujo no podéis conocer su sabor. Saben a jengibre y canela. A gotitas de limón y un poquito de miel, pero solo un poco porque a mí no me gusta mucho.

Tampoco puedo dibujaros el olor, pero estas galletas huelen al perfume de mi yaya, que siempre se acercaba demasiado al horno y acababa llenando la bandeja con su colonia de rosas y jazmín.

Si me traéis estas galletas sabré que mi yaya está con vosotros, porque es la única que sabe hacerlas así. Ella me dijo que tienen un ingrediente secreto y que nadie más lo conoce, por eso sé que solo vosotros podéis traérmelas. 

Me contó que se iba con los Reyes para ayudaros a entregar los juguetes a tiempo, porque ya os estáis haciendo mayores.

Por favor, la echo mucho mucho de menos.

Firmado: su nieto Bertín.

Tampoco puedo dibujaros el olor, pero estas galletas huelen al perfume de mi yaya, que siempre se acercaba demasiado al horno y acababa llenando la bandeja con su colonia de rosas y jazmín.

Cuando la madre leyó la carta al cabo de unos días. Lloró sin consuelo alguno. Ella también echaba de menos a su madre y comprendió la insistencia de Bertín con las galletas de jengibre. Lo que pedía era un trocito de su abuela.

—¡Ojalá hubiera pasado más tiempo con ella! —se lamentó la madre mientras seguía organizando la habitación de sus hijos.

En aquel día de limpieza intensiva, la madre recordó la vieja caja donde guardaba muchas pertenencias de la abuela que había sido incapaz de abrir durante aquellos años. Aprovechando que todos estaban fuera, se encerró en la habitación y empezó a sacar aquellos recuerdos que tanto le dolían: el delantal que usaba su madre los días de Navidad, su alianza de casada, una primera edición de las rimas de Bécquer…

Debajo de todo había un cuaderno morado muy desgastado, que contenía las recetas favoritas de su madre. Nunca le había prestado atención porque ella odiaba encerrase en la cocina, pero aquella vez era distinta. Buscó con ansia entre las páginas amarillentas hasta que encontró la famosa receta de las galletas de jengibre.

Miró al techo dando las gracias con sus labios y se fue a comprar la colonia de rosas y jazmín que usaba su madre. Tenía mucho que practicar para las próximas Navidades.

¿Te ha gustado el cuento de navidad Galletas de jengibre? ¿Cuál era tu cuento de Navidad favorito cuando eras pequeño?

2 comentarios

    • Alba Alba

      Muchas gracias, guapa. ¡Feliz año!

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